martes, 17 de julio de 2012

LIBRO 2 No. 38 JUEVES SANTO

 

 

“Jueves Santo”

 

 

 

JESUS ORANDO3

 

 

 

 

 

El sol del jueves en que Jesús sería entregado parecía triste y daba su luz con melancolía. María Sentía en su Corazón un gran presentimiento como toda madre que ama y siente el filo ya de la espada pronta a atravesar su Corazón.

 

Jesús la contempla y calla, vuelve y ve a sus discípulos amados ignorantes de lo que se aproxima y el Corazón de Jesús late apresuradamente y antes de anunciar a su Madre su partida sufre agonía callada, profunda, dolorosísima porque ama, ama hasta la locura y sabe que tendrá que dejar los lugares que sirvieron para que su Corazón quedara prendado, enamorado del pecador.

 

Es verdad que ya su Corazón estaba abierto, que la lanza ardiente del amor lo había herido con mortal lanzada y El, Jesús, ya agonizaba. Dirigió su mirada dulce y tierna sobre su madre que lo miraba pendiente, exhausta por lo que ya adivinaba.

 

Se acerca Jesús a su Madre la estrecha entre sus brazos, le llena de besos en la frente y le dio en sus labios el beso postrero, sabiendo que tenían que separarse a pesar del amor que se tenían,  rodaron las lagrimas y se confundieron, las de Jesús y de María hasta caer en la tierra seca y árida, broto de la tierra hermosa flor como azucena que con su perfume llenó la tierra.

 

Jesús se arrodilló ante María y ella extendió su mano bendiciéndolo, llorando se despidieron, le dijo Jesús: “ Madre te amo y te espero Junto con Mi Padre”.

 

Jesús se alejó con sus apóstoles que vieron lo que sucedió y con los ojos abiertos y encogidos de hombros sin comprender nada,  se miraban sin decir palabra, caminaron por veredas hermosas  con flores y hierbas y al pasar junto a ellas Jesús, se inclinaban y las flores sus perfumes les brindaban, Jesús sentía que sus ojos lloraban, porque ya jamás pisaría aquellos pastos y hierbas los cuales ya amaba.

 

Sus apóstoles lo seguían emocionados. Sin saber sus corazones latían mas aprisa y les parecía que en algo había prisa.

 

Jesús se detuvo y extendió su mirada contemplando todo lo creado, y de su pecho escapó un suspiro y sus labios dijeron: “Cuanto os amo, ¡ah! mis hermanos. ¡Si os dierais cuenta que el que da la vida, va a dar la suya por salvaros de la muerte!”

 

Su mirada se posó en Pedro que le preguntó: “Maestro: ¿Qué os pasa? Os noto diferente.

 

-Si Pedro”. Le contestó Jesús.

“Mi Corazón os quiere decir cuan grande es Mi Amor”.

-Dinos Maestro que te escuchamos”. Le dijo Juan, el cual estaba junto a Jesús.

 

“El Hijo del Hombre será entregado para rescatar a sus hermanos del abismo, su sangre correrá incansable hasta el fin de los tiempos para redimir al que ha pecado. ¿Saben  amados, escogidos de Mi Corazón que seré traicionado?”

 

Jesús se levantó de donde se había sentado, los discípulos estaban desorientados, no entendían lo que habían escuchado.

 

Eran ya las tres de la tarde y seguían caminando. Jesús caminaba lento como si tratará de que todo lo que Él había caminado no se acabara, el camino que fuera largo sin fin. Se detuvo y le dijo a dos de sus apóstoles: “Id y preparad el lugar de la cena, por seña encontraréis un pollino atado, decid que pronto llegaré”.

 

Prestos caminaron los dos y se perdieron en el camino.

 

Jesús dijo a sus apóstoles: “Oremos porque la hora esta cerca en que seré entregado”

 

Los discípulos sin preguntar se pusieron en oración como Jesús les había enseñado. El Señor se retiró un poco de ellos y oró a su Padre, esta vez fue un coloquio de amor entre el Padre y el Hijo, El cual le brindó sus ternuras y su infinito Amor. Jesús suspiraba y su Padre lo prodigaba de Amor, de dulzura.

 

Jesús reconfortado se levantó de donde había orado, se acercó a sus discípulos y ellos notaron que en su rostro había desaparecido  esa tristeza que habían visto en el hermoso rostro de su maestro.

 

Siguieron caminando y esta vez Jesús les dijo que tendría que ir a preparar su lugar en su Patria.

 

Jesús sonrió y ellos se admiraron porque nunca lo habían visto tan feliz y radiante su rostro; “Al fin”, dijo. “...tendré el gozo de dar Mi Vida por Amor”.

 

Llegaron a la casita donde los esperaban, era ya cuando empiezan las sombras, y entraron. Todos estaban felices, menos uno que sabía que tenía que hacer algo, y él tenía prisa porque la cena fuera pronto. Era Judas Iscariote, al cual Jesús amaba y compadecía, porque El sabía que lo traicionaría. Lo mira con ternura y alzó los ojos pidiendo se cumpliera con lo que estaba escrito.

 

Se sentaron todos y cenaron, fue una cena sencilla y cuando Jesús tomó el pan, alzó los ojos al cielo y dijo: “Tomad y Comed que esto es mi Carne”

 

Alzando el cáliz dijo: “Tomad y Bebed que esta es Mi Sangre que será derramada por vosotros y por todos, esto hacedlo en Mi Memoria”. Y lo repartió entre sus discípulos que no entendían, más al comer el pan y beber el vino, sintieron que su corazón se transformaba y sintieron la vida y experimentaron algo que nunca habían sentido. Era una dicha, era algo que abrazaba sus corazones y los hacia palpitar de amor. Se unieron unos a otros y sintieron que se amaban y con la mirada se lo decían todo.

 

Jesús los contemplo con sus dulces ojos de amor y sintieron que su Corazón se unía con ellos en un solo Corazón.

 

Les dijo: “Un nuevo mandamiento os doy: amaos como hermanos como Yo os amo a vosotros”.

 

Judas se sintió desconcertado porque Jesús lo  miro y le dijo: “Lo que tienes que hacer hazlo pronto”, él se salió corriendo, los demás lo miraron sin saber porque él tenía que salir en ese momento en que todo era felicidad.

 

Ellos no recordaron que Jesús les había dicho que había un traidor, y que en esos momentos cuando se los dijo se habían inquietado, sobre todo Pedro que pregunta a Jesús angustiado si sería él el traidor. Jesús había callado y Pedro jurando a Jesús ser fiel y que él jamás lo traicionaría.

 

Jesús lo calla diciendo: “En verdad te digo, tú me negarás tres veces antes de que cante el gallo esta noche Pedro”, su Corazón sufrió, mas delante se le olvido.

 

Cuando se termino la cena Jesús dijo: “Seguidme que el tiempo apremia”, dio las gracias a su Padre, y se despidió de todos los que estaban en casa y salieron.

 

Jesús habría de sentir gran tristeza al pensar en lo que le esperaba. Camino para seguir y sus apóstoles le siguieron. Llegaron al huerto en el que ya acostumbraban visitar, para hacer oración.

 

La luna era grande hermosa llenaba de luz el pueblo que estaba sumido en espera de grandes acontecimientos, las estrellas eran muchas como si decidieran contemplar a su creador que aún estaba en el mundo.

 

Al llegar Jesús les dijo con dulce voz: “Quedaos aquí haciendo oración”, y llamo a tres de sus apóstoles a que los siguieran, mas delante les señalo: “Aquí estad en oración, hacedme compañía ya que Yo estaré en oración”, pidieron fortaleza.

 

Camino Jesús unos cuantos pasos más y cayó de rodillas, ya en esos momentos su Corazón sufría una agonía que ya no podía.

 

Empezó a recorrer por su mente lo que sufriría, si, tenía temor, más lo que más lo hacía sufrir era ver la enormidad y grande cantidad de pecados que caerían sobre él, pues no solo eran de los que ya vivieron sino de todos los tiempos hasta el fin los que él tendría que pagar, vio aterrorizado como con el tiempo sería mayor pecado y veía al pecador obstinado en seguir pecando y no tener contrición.

 

Veía perdida la inocencia de pequeños, de jóvenes enfangados en el pecado, y azucenas blancas como se manchaban con el pecado.

 

Sus ojos lloraban de ver como caían hacía el abismo como ríos las almas, sin desear su amor y su sangre despreciada. Su Corazón se partía de ver como en la eucaristía sería abandonado, ultrajado, y la enorme cantidad de sacrilegios que se le harían. ¡Ah! Pero una cosa lo hizo estremecer, ver que a su Padre tan amado no se cumpliría por muchos su Divina Ley.

 

Jesús sollozando y pensando en la ingratitud del hombre, y sentía que a pesar de todo, el amaba que su amor crecía y su frente comenzó a sudar agua, más como su angustia crecía de ver a su madre ultrajada, menospreciada por hijos ingratos eso lo hacía temblar, y se resistía.

 

Se levanto de donde oraba y camino para hallar consuelo en sus amados hermanos, que él había pedido lo acompañarán en esta agonía. Ellos no comprendieron, oraron más estaban cansados y se habían dormido.

 

Jesús les dice: “Hermanos ¿no pudisteis orar conmigo? Orad, orad para que no caigan en tentación”. Jesús que los conocía y sabía sus flaquezas les acaricio la cabeza y se alejo, ellos le miraron con sorpresa, pues le vieron su rostro con hilos que caían como de sangre, y se pusieron a orar obedeciendo.

 

Jesús esta vez se tiro sobre la roca, era inmensa su agonía.

 

La luna, las estrellas, el aire, y las flores, y plantas, árboles que contemplaban a su creador en tan cruel dolor, se estremecían deseando consolar a su creador, alzando sus ojos al cielo.

 

Jesús contempló a sus elegidos, a aquellos que él había brindado ternuras y todos las mieles de su Corazón. Y su Corazón derrama sangre al ver como sería traicionado por los suyos, los de casa.

 

Esto era terrible, su sangre, su agonía crecía, empiezan a caer gota a gota su sangre divina hasta llegar a la roca.

 

Estaba la hierba cerca de ella y empezaban a sentir en su savia el néctar divino, brotaron hermosas flores con los manchones rojos teñidos de sangre del Señor.

 

El Señor Jesús alzando sus ojos al cielo pidiendo a su Padre, que si sería inútil todo, le grito: “Padre si es posible quita de mi, este cáliz”, y paso un segundo, y enseguida añadió: “Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya se cumpla”, los ángeles que estaban ya pendientes asombrados, contemplando lo que le acontecía a Jesús, lloraron, y sus lagrimas caían como lluvia suave, y deseaban que esto consolara al Señor.

 

Más uno mandado por el Padre bajo llevando un cáliz y se lo mostró a Jesús, que al verlo comprendió que su Padre tomará del cáliz. Y tomándolo, Él tomó hasta dejarlo sin nada, porque era necesario cumplir con amor lo que estaba escrito, y al terminar de este néctar bajado del cielo se sintió reconfortado y dio gracias a su Padre porque el así lo quería.

 

Se levanto confortado y se dirigió a sus hermanos que les volvió a encontrar dormidos, esta vez Jesús sonrió, y les dijo: “¿No pudiste acompañarme en oración? Orad, orad siempre porque la carne es flaca y el demonio nunca duerme, orad y no caeréis en tentación”. En esos momentos se escucho un griterío y Jesús se estremeció y dijo en silencio: “Ha llegado la hora”.

 

Pedro que era uno de los que habían estado más cerca orando con Jesús, pudo oír cuando Jesús lloraba en silencio, más Jesús permitió que él lo sintiera, y fue el que más notó la sangre que había ya mojado la blanca túnica de Jesús. Pregunto a Jesús: “¿Qué pasa a que vienen esos?”, dijo Pedro. Contesto Jesús: “Nada temas que es a mi por el que vienen”, él lo miro desconcertado y mientras los que llegaban gritando se aproximaban hacia donde ellos estaban, era Judas Iscariote el que estaba al frente de esa gente.

 

Se acerco a uno de los soldados y le dijo: “Al que yo bese en la mejilla, será él”. Caminaron deprisa y se acerco Judas a Jesús y el Señor le salió al paso y pregunto: “¿A quien buscáis?” Sonó su voz como un trueno, cayeron varios de los que acompañaban a Judas, y sus corazones parecían salir de sus pechos.

 

Judas miro esto, y a él no le importo, se acerco a Jesús y le dio un beso en la mejilla saludándolo, Jesús le dijo: “¿Con un beso entregas a tu Señor?  Más te valía no haber nacido”.

 

Al retirarse Judas se acerco un soldado que trato de apresar a Jesús, mas Pedro que sintió terrible dolor saco su espada y le pego al soldado cortando una oreja que Jesús levanto. “¿Que has hecho Pedro? No, hijo, porque el que con hierro pega a hierro muere. Jesús con dulzura puso el oído al soldado, y quedó sanado al momento.

 

En aquellos instantes los apóstoles$se retiraron, y Jesús dijo: “A mi tomadme preso pero a estos dejadlos”, y al escuchar esto los soldados se abalanzaron prendiendo a Jesús. Cayó al suelo y con terrible furia le ataron las manos como a cruel villano. Al ver esto sus discípulos corrieron alejándose del lugar, temerosos de ser apresados al igual.

 

Los soldados y gente que los acompañaba jalaban al Señor con gran rabia. Jesús caminaba entre empujones y gritos, su rostro era sereno y de gran majestad.

 

Pedro que le amaba y su corazón latía con fuerza sintió el deseo de seguirle de lejos, para darse cuenta a donde llevaban a Jesús, su Maestro querido. Porque su mirada dulce no se le apartaba.

 

 

 

31 de Octubre 1978 a las 12 AM

 Sagrado Corazón de Jesús

Siervos del Divino Amor

 

 

 

 

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