“Lo que le hicieron a Jesús durante su Pasión.”
Hijitos míos: Han de saber que, encendido en llamas divinas y abrasadas con fuego de inmenso amor y caridad, me entregué voluntariamente a padecer por mis más crueles enemigos.
Me aprehendieron de noche como el más facineroso ladrón y el más sanguinario criminal, dándome golpes y empellones, me pusieron bajo sus pies. Cayendo boca abajo me ataron las manos atrás, apretaron tan fuerte que los lazos desollaron mis muñecas y empecé a sangrar.
Al cuello me pusieron una gruesa cadena, tan pesada que me impedía la respiración, así fui llevado con gran rabia y gritería de tribunal a tribunal.
En la casa de Anás, un hijo ingrato levantó su mano armada con un guante de hierro y me dio terrible golpe, recia bofetada en el rostro que me derribó a tierra, la sangre corría por mis mejillas, ojos, nariz, boca y oídos.
Caifás me trató de blasfemo, me escupió en el rostro, otros tiraron de mi barba y otros de los cabellos. Recibí pescozones, bofetadas, toda clase de oprobios.
Pilatos me mandó azotar como a vil y miserable. Fui desnudado y atado a la columna, donde recibí miles de azotes, con látigos y garfios que abrieron mi carne, la arrancaban a pedazos hasta llegarse a ver mis huesos, mis costillas descarnadas.
Cuando cortaron los cordeles caí en el lago de mi sangre, sin aliento y casi sin vida, aún recibí puntapiés y más golpes.
Después me vistieron con un pedazo de jerga colorada, desecha y llena de basura, sentaronme en una silla y con burlas me coronaron, apretando la corona reciamente con unos palos, de modo que entraban las agudas espinas hasta llegar a los huesos y otras rompiendo la carne salían por la frente y entre las cejas
Así mi cabeza quedaba sangrante. Me pusieron por cetro una caña en la mano y me decían con gran burla y crueldad “¡Salve, oh Rey de los judíos!” y toda clase de oprobios, me escupieron y daban puntillones, otros se quitaban los zapatos y me daban con la suela en la boca, otros me quitaban la caña y daban sobre la corona y la apretaban más.
Lloré amargamente y derramé lágrimas, no de agua, sino de sangre y se mofaron al verme vestido de burlesque Rey, con las manos atadas.
Una viva llaga era todo mi cuerpo, goteaba sangre de la corona y de todo, tan desfigurado que no tenía figura de hombre.
Después me ponen mi propia ropa y me cargan con un pedazo de madero muy pesado, pero que lo tomé con gran amor, a pesar del dolor que sentía, caminaba con las rodillas temblando, el cuerpo hinchado y se inclinaba con el peso de la cruz.
La cabeza sentía que se despedazaba por tanta espina atravesándola, mi cabello se enredaba con la soga que llevaba en la garganta atada, de la soga tiraban con fuerza, mis pies descalzos y llagados.
En presencia de mi Madre me arrastraron por el suelo y para levantarme me dieron fuertes empellones y vi a mi Madre Santísima cómo se abría paso para ir a consolarme y, al acercarse ella, mis tormentos los sentía más crueles, pues no quería que ella me viera en ese estado, porque sabía que su corazón era atravesado por la espada del dolor.
Ella me abrazó y sus caricias me consolaban, porque las caricias de una madre son frescura. La arrancaron de mis brazos y ella se desmayó por el dolor.
Así fue como poco después un hombre llamado Cirineo me ayudó, más que por amor por fuerza, pero después sentí su compasión, así llegué al Calvario.
Desnudáronme con rabia y me arrancaron la túnica y con ella la carne que se había pegado a ella y así avergonzado por mi desnudez me recuestan sobre mi espalda llagada, sobre mi cruz amada. Con gran amor extendí mi brazo derecho y me descargaron fuertes martillazos que me hicieron estremecer.
Tiraron con gran fuerza para extender el otro brazo hasta descoyuntarme los huesos.
Después fueron mis pies, voltearon mi cruz boca abajo para asegurar más clavos. Lastimaron más mi boca con las turbas piedras, me levantaron en alto y me dejaron caer bruscamente en el hoyo de un peñasco.
Así mi cuerpo sangraba copiosamente y quedó con más de cinco mil heridas, sentí gran sed y pedí agua y me dieron hiel con vinagre. Cumplí con amor la obra de la redención del mundo. ¡Oh hijos míos! Cuán caro me habéis costado.
El dolor de mi Madre fue indescriptible, os pido que hagáis una novena de los dolores, os pido que cada viernes leáis frente a mi Sagrario y mi imagen de Jesús sacrificado: “Por tu Pasión Jesús mío, abrazadme en vuestra Cruz de Amor.” (Esta jaculatoria es ya conocida.)
A San Juan Evangelista reveló mi Madre tres privilegios que he concedido a quien me imite en todo aquello que sea abrazar su cruz con amor, como Yo lo hice.
Primera: Contrición verdadera de sus pecados.
Segunda: Asistencia de mi Madre en su última hora.
Tercera: Que mi Madre impetrase lo que pidiere para estas almas.
7 de abril de 1976, 2:00 p.m.
Sagrado Corazón de Jesús
A Ernestina en la Agencia Gayosso.
Siervos del Divino Amor.
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